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Budapest navideño: Termas, mercados y fin de año

Si hay un lugar donde la Navidad parece salida de una película (de las buenas, no de esas que dan sueño), ese es Budapest. Entre mercados con luces, termas humeantes que desafían el frío y una fiesta de fin de año que haría dudar a cualquier amante del pijama y el sofá, la capital húngara lo tiene todo. Y sí, también tiene momentos en los que la realidad golpea, como descubrir que no toda la comida tradicional es tan deliciosa como parece.

Mercados navideños y el engaño culinario del año

Uno de los grandes placeres de Budapest en Navidad es pasear por sus mercados, con ese aroma embriagador a vino caliente y dulces recién horneados. Caminando por la plaza Vörösmarty, me topé con un guiso humeante que olía a gloria celestial. Tenía el color perfecto, la textura ideal y parecía decirme: “Ven, Gisela, aquí está la mejor decisión culinaria de tu vida”.

Spoiler: no lo fue. Al primer bocado, mi paladar entró en pánico. Era como si alguien hubiera decidido fusionar todos los condimentos posibles en una explosión de… incertidumbre. Intenté disimular mi decepción mientras la cocinera me miraba con una sonrisa orgullosa. Sonríe, asiente, y nunca más te fíes únicamente del olor.

Termas de Széchenyi: Un resbalón (literal) en el paraíso

Nada dice “invierno en Budapest” como sumergirse en las legendarias termas Széchenyi, donde el agua caliente es un abrazo para el alma y los bañistas parecen aristócratas de otra época. Todo era perfecto hasta que, en mi entusiasmo, entré sin fijarme demasiado… en el vestuario equivocado. Sí, terminé en el de hombres, rodeada de señores húngaros en bata, que me miraban con una mezcla de confusión y diversión.

Intenté salir con dignidad y disimulo, pero el suelo mojado tenía otros planes para mí. Un resbalón dramático, un sonido nada elegante y ahí estaba yo, tendida en las baldosas mojadas, deseando evaporarme como el vapor de las termas. Me levanté con mi mejor cara de “esto no ha pasado” y salí rápidamente, con la firme decisión de revisar bien los carteles la próxima vez.

Fin de año en Budapest: Donde el tiempo se pierde

Si algo hace bien Budapest, es despedir el año con estilo. Para la cuenta atrás, nos reunimos a orillas del río Danubio, rodeados de cientos de personas emocionadas, abrigados hasta la médula y listos para dar la bienvenida al nuevo año. El cielo se iluminó con un espectáculo de 500 fuegos artificiales que reflejaban su esplendor en el agua, creando un momento mágico e inolvidable.

Pero claro, una tradición es una tradición. Con nuestras uvas traídas desde España (porque aquí no nos la jugamos con supersticiones), nos preparamos para las 12 campanadas. Nos pusimos a ver a la Pedroche en el móvil, entre risas y bocados apresurados de uvas, logramos completar el ritual mientras los húngaros nos miraban con evidente curiosidad.

Después de semejante evento, la noche no podía terminar ahí. Nos dirigimos a un ruin bar, esos lugares con estética de película indie donde nunca sabes si terminarás en una conversación filosófica o bailando encima de una mesa. Y, como buenos exploradores del mundo, nos adentramos en la cultura local con un buen trago de pálinka, ese licor húngaro que tiene la intensidad de mil fuegos artificiales en tu garganta.

Conclusión: si buscas un fin de año diferente, con termas, luces y sorpresas gastronómicas (buenas y malas), Budapest es el destino perfecto. Solo recuerda: olfato no siempre es sinónimo de buen sabor, los vestuarios tienen letreros por una razón y la pálinka no es para débiles.