El metro de París parecía simple hasta que me encontré atrapada entre las barreras porque no había validado mi ticket. Intenté pasar varias veces, pero solo logré activar la alarma y generar risas entre los locales. Finalmente, un amable parisino me explicó cómo funcionaba, aunque su risa contenida no me convenció del todo. Me despedí con un torpe “Merci” y prometí a mí misma no volver a confiar tanto en mi intuición turística.